Por José Enrique García Enciso,
senador provincial (MC)
- Sábado 20 de mayo de 2017. Día frío, gris, acariciado por una llovizna que cae mansamente sobre la ciudad. En una linda casa de San Isidro, un grupo de hombres (algunos de ellos correntinos) acompañados por sus mujeres conversan alegremente alrededor de la parrilla.
De a
ratos van apareciendo algunos más, en medio de las expresiones de afecto y
también de algunas chanzas de los demás. Una riquísima picada y un buen vino
tinto hacen olvidar enseguida que llueve y hace frio.
Los
hombres, ya sesentones pero de buen aspecto físico, intercambian chistes y
novedades, mezcladas con comentarios jocosos sobre el aspecto de cada uno,
analizando si lo que le falta en pelo a alguno se compensa con algún kilo de
más en otro.
Hasta
aquí, esta escena tan argentina podría ser una estampa más de aquello que
Borges llamó “el culto nuestro de la amistad”.
Podrían
ser compañeros de colegio, por la alegría un poco infantil de reencontrarse;
integrantes de un equipo de rugby, por el buen estado físico; o tal vez, por
una cierta mirada reposada propia de quienes han visto de cerca la fragilidad
humana, médicos.
- Pero no. Quienes observando el asado intercambian manifestaciones de afecto son los pilotos de la Tercera Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque de la Armada Argentina.
Es que 35
años atrás se aprestaban a entrar en combate. A la misma hora en que hoy
compartían este encuentro, se habían sacado una foto todos juntos, sin saber
qué podría suceder después. En la fotografía se los ve jóvenes, decididos, con
una sonrisa en los labios.
Al día
siguiente, tres de ellos habrían sido derribados; uno, el más joven de todos,
habría caído heroicamente en combate, pero la Escuadrilla habría hundido a la
poderosa fragata antiaérea británica Ardent.
Era sólo el
primer día de combate. Quienes quedaban siguieron combatiendo hasta el último
día, realizando muchas misiones, averiando gravemente otro buque inglés que
luego se hundió, y perdiendo a otro de los suyos en acción.
Terminada la
guerra, volvieron a su base y a reunirse con sus familias. Sin reproches ni
quejas ni reclamos —también sin mayores reconocimientos— prosiguieron su
carrera, que era su vocación. Volaron mientras pudieron hacerlo, y luego, por
el inexorable paso del tiempo que suele olvidar a los mejores, se fueron
retirando. Todos tuvieron actuaciones destacadas en la vida civil. Además de la
formación del carácter —esencial en la vida militar—, tenían una excelente
preparación intelectual, humana y técnica.
Mucho tiempo
después empezaron a recibir un reconocimiento que nunca habían reclamado. Y
que, paradójicamente, comenzó en la propia Gran Bretaña y luego en muchas
partes del mundo.
El Capitán
Alan West, comandante de la Ardent, que ellos habían hundido, en una visita a
la Argentina mientras ocupaba una alta jerarquía en la Marina inglesa, los
invitó a tomar un café en La Biela. Quería conocerlos. Los pilotos que
realizaron el ataque final manifestaron manifestaron que, más allá de cumplir
su misión que era neutralizar el buque, lamentaban la pérdida de vidas
humanas pues las bajas en la Ardent habían sido muchas. West les dijo que eran
soldados pero también caballeros. Luego los invitó nuevamente, con sus esposas,
para un encuentro futuro, pero para hablar de rugby, pasión compartida y no
de la guerra.
- El 2 de abril de 1982, la Escuadrilla estaba siendo desactivada. Sus aviones, nobles A-4Q de la década del cincuenta, serían reemplazados por los modernos Super Étandard.
Muchos de los
aviones estaban ya en hangar. Habían cumplido más de lo esperado, pero sus
largueros estaban desgastados, lo cual era muy riesgoso para las alas; algunos
de los asientos eyectables estaban vencidos, lo cual podía convertirlos en
ataúdes volantes, y en muchos casos sus cañones ya no funcionaban. Pero la Tercera
tenía un activo de enorme valor: sus integrantes.
El día del
desembarco, varios de ellos estaban capacitándose en Francia. Otros habían sido
destinados a nuevas tareas. Alguno que había sufrido un terrible accidente
estaba en rehabilitación. Sin que nadie los convocara, pagándose en algún caso
el pasaje, abandonando el hospital sin permiso o aceptando un lugar por debajo
de su rango, todos, sin dudar, se presentaron en su puesto de combate.
Sólo estaban
en condiciones de ataque tres aeronaves. En pocos días, nueve más, sacadas del
hangar, se aprestaban a volar, en condiciones que no se hubieran permitido en
tiempos normales.
Su desempeño
asombró a los ingleses. A través de una investigación de gran complejidad
intelectual, ayudados por dos oficiales que a su vez eran los primeros doctores
en estadística matemática del país, habían descubierto que el módulo del radar
inglés —el más avanzado del momento— tenía un punto muerto que permitía
acercarse al blanco. También habían descubierto cómo confundir el traqueo, pues
el sistema tenía un radar de altura y uno de superficie. Y habían desarrollado
un modelo de ataque que estadísticamente permitía atacar y hundir a esos
sofisticados buques. Luego de la guerra, todas las marinas del mundo hubieron
de cambiar sus sistemas.
- Mucho más se podría decir de lo que hicieron estos hombres. Pero el asado está listo, y en la mesa prefieren hablar de sus familias, de sus hijos, de sus nietos. Si quien esto escribe (el único comensal que no integró la Tercera) menciona la palabra “héroes”, la respuesta es inmediata: “Héroes son los camaradas que cayeron en combate”. Aceptan, en cambio, la palabra “equipo”. Eran, dicen, un equipo. Y un equipo se logra cuando cada uno piensa primero en sus compañeros y luego en sí mismo.
No quieren
que se mencionen sus nombres y sus hazañas. Son de todos. Dicen haber cumplido
su deber. Aunque su deber implicara morir a los treinta años, dejando atrás —y
esto es lo único que los preocupaba— jóvenes mujeres y niños pequeños. Violando
tal vez un compromiso implícito, damos sus nombres y su identificación en
vuelo: Cap de Fragata Carlos María “Liebre” Zubizarreta, caído heroicamente en
combate. Teniente de Navío Carlos “Loro” Márquez, caído heroicamente en
combate. Capitanes de Corbeta Rodolfo “Zorro” Castro Fox, Alberto ”Mingo”
Philippi, Tenientes de Navío Benito ”Tano” Rotolo, Carlos “Apio” Olivera, Mario
”Tagalo” Benítez, correntino, Roberto ”Tito” Silvester, José “Cacha” Arca,
correntino, Carlos Alberto ”Francés” Lecour, Tenientes de Fragata Alejandro ”Lindo”
Olmedo, Felix ”Pipo” Medici, Teniente de Corbeta Diego “Duro” Goñi, que se preparó
duramente para entrar en combate y Teniente de Corbeta Héctor Vitte, quien atendió
con absoluta dedicación el mantenimiento y preparación de las aeronaves.
- A las cinco de la tarde, quien esto escribe, consciente del honor que significa haber estado presente este día, se despide. Debe viajar, es verdad. Pero ante la cordial y reiterada invitación de participar de un brindis final en el cual cada uno pondrá su firma en una fotografía ampliada de aquel 20 de mayo de 1982, un cierto pudor impide aceptar. Es su conmemoración. Y el homenaje que no aceptan para sí se lo rinden a sus mujeres que allí están. Tan merecido sin duda como el que aún se debe a estos héroes que se niegan a aceptar esta palabra para ellos.
- Volviendo a Buenos Aires, el sol comienza a asomar tímidamente entre las nubes rasgadas. Es inevitable recordar aquel día frio y gris, hace 35 años, en que la Tercera recibió su bautismo de fuego. Desde aquel día, el sol de su bandera de guerra ha brillado como símbolo de entrega, coraje y amor a la Patria. Y lo seguirá haciendo mientras haya un solo argentino que quiera a nuestra Nación. Porque todos creemos y encontramos inspiración en aquellos que están dispuestos a defender lo que aman con su propia vida.